La Guerra de las Naranjas: Una Curiosa Batalla en Ivrea, Versión Hispana
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En el pequeño pueblo de Cítrica del Río, febrero no era un mes cualquiera. Era el mes de la famosa "Batalla de las Naranjas", una tradición que recordaba una antigua rebelión. Cada año, la plaza mayor se convertía en un campo de batalla lleno de color y del olor dulce de las naranjas.

La leyenda contaba que hace muchos siglos, un barón muy cruel gobernaba la región. Él trataba muy mal a la gente del pueblo. Un día, los ciudadanos, cansados de la injusticia, se rebelaron. Como no tenían armas, le lanzaron al barón y a sus guardias las frutas que tenían en el mercado. Esta revuelta tuvo éxito y, desde entonces, el pueblo celebra su libertad con esta curiosa batalla.

Este año, Javier iba a participar por primera vez. Tenía diecisiete años y se sentía muy emocionado. Su abuelo siempre le contaba historias de cuando él era joven y luchaba con sus amigos en la plaza. "Tienes que ser rápido y tener buena puntería", le había aconsejado su abuelo.

El día de la batalla, Javier se unió a su equipo, "Los Valientes del Sur". Vestían camisetas rojas para distinguirse de los otros grupos. En el centro de la plaza, ya esperaban los "carros del barón", que representaban al antiguo tirano y a sus soldados. La gente en los carros llevaba máscaras y protección. Los que iban a pie, como Javier, no tenían tanta protección.

Cuando sonó la campana de la iglesia, la batalla comenzó. El aire se llenó inmediatamente de naranjas que volaban en todas direcciones. El ruido era increíble. Javier cogió sus primeras naranjas de una gran caja de madera. Al principio, dudaba un poco, pero vio a sus amigos lanzando naranjas con energía y decidió unirse a la acción.

Vio uno de los carros del barón que se acercaba. Su objetivo era "derrotar" a los guardias del carro. Javier lanzó una naranja con todas sus fuerzas. ¡Golpeó el casco de uno de los guardias! Se sintió lleno de adrenalina. Durante casi una hora, Javier y su equipo lanzaron cientos de naranjas. Todos estaban cubiertos de jugo y trozos de fruta. Aunque era una batalla, todo el mundo se reía. Era una celebración de la comunidad y de su historia compartida.

Cuando la batalla terminó, la plaza parecía un río de color naranja. A pesar del cansancio y de tener algunos moratones, Javier estaba feliz. Había participado en la tradición más importante de su pueblo. Entendió que la batalla no era sobre la violencia, sino sobre recordar el valor de sus antepasados y celebrar juntos la libertad. Ese día, se sintió más conectado que nunca con la historia de Cítrica del Río.