La primera imprenta de América: ¿Cómo cambió la historia de México un libro antiguo?
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En 1539, la Ciudad de México era un lugar de contrastes. Las ruinas de la antigua capital azteca, Tenochtitlan, todavía eran visibles, pero sobre ellas se construían iglesias y palacios españoles. En una de sus calles ruidosas, un joven llamado Mateo trabajaba como aprendiz en un taller muy especial. No era una herrería ni una carpintería. Era el taller de Juan Pablos, el hombre que trajo la primera imprenta a América.

La máquina era un monstruo de madera y metal. Hacía un ruido constante y el olor a tinta llenaba el aire. Mateo, que había nacido en estas tierras, miraba la imprenta con una mezcla de miedo y fascinación. Antes de la imprenta, los libros se copiaban a mano, un proceso lento que duraba meses o incluso años. Ahora, esta máquina prometía crear cientos de copias en solo unas semanas.

Un día, el obispo Juan de Zumárraga llegó al taller. Traía un encargo muy importante: imprimir el primer libro de las Américas. Se llamaría "Breve y más compendiosa doctrina cristiana en lengua mexicana y castellana". El objetivo era enseñar la religión cristiana a los indígenas en su propio idioma, el náhuatl, y también en español.

Juan Pablos, el maestro impresor, aceptó el desafío, pero sabía que no sería fácil. Tenían pocos materiales y la tecnología era completamente nueva en este continente. "Mateo, tenemos que poner manos a la obra", dijo Juan con seriedad. "Este libro no es solo papel y tinta. Es una llave para el futuro".

Mientras trabajaban, surgieron muchos problemas. A veces, las letras de metal no se alineaban bien. Otras veces, la tinta no tenía la consistencia correcta. Mateo observaba y aprendía. Recordó que su abuela usaba una planta local para hacer un tinte muy oscuro y permanente. Con un poco de timidez, le contó su idea a Juan Pablos.

Decidieron probar. Mezclaron el pigmento de la planta con sus tintas europeas y el resultado fue perfecto. La tinta era más negra y se secaba más rápido. Gracias a la idea de Mateo, pudieron avanzar mucho más rápido. Él se sentía increíblemente orgulloso; su conocimiento local había ayudado a un proyecto tan importante.

Finalmente, después de semanas de trabajo intenso, la primera página salió de la imprenta. Mateo la tomó con cuidado. Ver las palabras impresas en español y en náhuatl, una al lado de la otra, fue un momento que nunca olvidaría.

Ese pequeño libro cambió la historia. Permitió que las ideas, la religión y el conocimiento se difundieran de una manera que antes era imposible. La imprenta no solo imprimió un libro; imprimió el comienzo de una nueva cultura, una mezcla de lo europeo y lo americano. Y Mateo, el joven aprendiz, fue testigo de todo. Comprendió que el poder de las palabras impresas era más fuerte que cualquier espada.