¿Cómo se salvó la última copia de la partitura de un bolero cubano en un incendio?
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En La Habana de los años 50, el aire siempre estaba lleno de música. Los coches clásicos pasaban por las calles y desde los balcones se escuchaban los ritmos del son y el bolero. En este mundo vivía Leo, un joven pianista que trabajaba en la famosa emisora de radio "Radio Progreso".

Leo no era solo un empleado; era un apasionado de la música cubana. Su mayor tesoro era el acceso al archivo musical de la emisora. Allí, en una caja de madera especial, se guardaba la única copia de la partitura de "Corazón de Ceniza", un bolero compuesto por el legendario Elio Cruz. Se decía que la melodía era tan triste y hermosa que hacía llorar a cualquiera que la escuchara. Elio Cruz murió joven y casi toda su obra se perdió, excepto esta partitura.

Una noche, mientras Leo terminaba su turno, un olor a quemado llenó el aire. Al principio, no le dio importancia, pero pronto el humo gris empezó a salir por debajo de las puertas. ¡Fuego! La alarma sonó y el pánico se apoderó del edificio. Todos corrían hacia la salida.

Leo ya estaba en la calle, a salvo, cuando se dio cuenta. ¡La partitura! Miró hacia el edificio en llamas y su corazón se detuvo. Don Manuel, el viejo director del archivo, estaba afuera, llorando. "¡Corazón de Ceniza! ¡Se va a perder para siempre!", gritaba desesperado.

Sin pensarlo dos veces, Leo se cubrió la boca con un pañuelo y corrió de nuevo hacia el edificio. La gente le gritaba que no entrara, que era una locura. Pero él no escuchaba. Solo podía pensar en esa música, en esa parte de la historia de Cuba que estaba a punto de desaparecer.

El calor era insoportable y el humo no le dejaba ver bien. Recordaba el camino al archivo de memoria. Cuando llegó, la puerta estaba caliente, pero logró abrirla. Adentro, las llamas ya tocaban una esquina de la habitación. Corrió hacia la caja de madera, la tomó en sus brazos y se dio la vuelta para salir. Justo en ese momento, una parte del techo cayó, bloqueando su camino. Por suerte, había una ventana cerca. Sin dudarlo, la rompió con una silla y saltó al patio trasero.

Cuando salió de nuevo a la calle, sucio y tosiendo, pero con la caja segura en sus manos, todos lo aplaudieron. Le entregó la partitura a Don Manuel, quien lo abrazó con lágrimas en los ojos. No eran lágrimas de tristeza, sino de gratitud.

Gracias a la valentía de Leo, "Corazón de Ceniza" no se convirtió en cenizas. Esa noche, un joven pianista no solo salvó una pieza de papel; salvó el alma de un bolero que, de otra manera, se habría perdido para siempre.