¿Cómo un partido de Béisbol Profesional cubano unió a dos familias separadas por el mar?
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En Miami, Leo siempre escuchaba las historias de su abuelo sobre Cuba. Historias de calles coloridas, música en cada esquina y, sobre todo, béisbol. Su abuelo y su hermano eran fanáticos de los Industriales, el equipo de La Habana. Antes de que la familia se dividiera, iban juntos a todos los partidos en el Estadio Latinoamericano. Llevaban camisetas azules idénticas y gritaban hasta quedarse sin voz.
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Un día, una noticia increíble apareció en la televisión: un partido especial de exhibición se jugaría en La Habana. Leo, que ahora tenía dieciséis años, miró a su padre. "Tenemos que ir", dijo Leo. "Por el abuelo". El padre de Leo sonrió. Hacía años que no tenían contacto con su familia en Cuba, pero la idea le pareció perfecta.

Cuando llegaron a La Habana, la ciudad era exactamente como el abuelo la describía. El aire era cálido y olía a mar y a gasolina. Buscaron la antigua dirección de sus tíos, pero nadie allí los conocía. Se sentían un poco perdidos y decepcionados.

El día del partido, decidieron ir al estadio de todos modos. Era una forma de honrar la memoria del abuelo. Leo se puso la vieja camiseta de los Industriales que su abuelo le había regalado. Estaba un poco gastada, pero para él era un tesoro.

El estadio vibraba con la energía de miles de aficionados. La gente cantaba, tocaba tambores y ondeaba banderas. Durante la octava entrada, con el partido empatado, la multitud explotó de emoción por una jugada increíble. En medio del caos, Leo chocó accidentalmente con otro chico de su edad.
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"¡Disculpa!", dijo Leo. "No te preocupes, ¡es la emoción!", respondió el chico.

Leo notó que el chico llevaba una camiseta de los Industriales casi idéntica a la suya, igual de vieja. "Bonita camiseta", comentó Leo. "Era de mi abuelo. Él y su hermano tenían unas iguales".

El otro chico lo miró con sorpresa. "Espera un momento. Mi abuelo también tenía una igual. Siempre me cuenta que su hermano, que se fue a Estados Unidos, tenía la otra".

Los dos se quedaron en silencio por un segundo. El padre de Leo se acercó y miró al padre del otro chico. Sus ojos se abrieron de par en par. "¿Primo?", preguntó el padre de Leo con la voz temblorosa.

Era Mateo, su primo. Se abrazaron allí mismo, entre los gritos de la multitud. Las dos familias, separadas por la distancia y el tiempo, se habían reencontrado gracias a una pasión compartida. El resultado del partido ya no importaba. Habían ganado algo mucho más valioso. Esa noche, se sentaron a cenar juntos y se pusieron al día, prometiendo no perder el contacto nunca más. El viaje, sin duda, valió la pena.