¿Puede un partido de la Liga MX unir a dos barrios rivales en Ciudad de México?
Like this story? Get the full interactive experience with karaoke highlighting, word saving, instant tap to translate, and more in the free Inklingo app.

En el corazón de la Ciudad de México, existían dos barrios vecinos, Coyoacán y Tlalpan. No eran barrios enemigos, pero sí tenían una rivalidad muy fuerte, especialmente en el fútbol. En Coyoacán, casi todos apoyaban a los Pumas de la UNAM. En Tlalpan, el equipo del barrio era el Cruz Azul.

Mateo vivía en Tlalpan y era fanático de Cruz Azul desde que era un niño. Recordaba cómo su abuelo lo llevaba al Estadio Azteca. La camiseta azul era como su segunda piel. Al otro lado de la avenida, en Coyoacán, vivía Sofía. Ella amaba a los Pumas con la misma intensidad. Su cuarto estaba decorado con los colores oro y azul del equipo universitario.

Mateo y Sofía se conocían de la escuela y, aunque se llevaban bien en general, siempre discutían sobre fútbol. Para ellos, el "Clásico Capitalino" entre Pumas y Cruz Azul era el evento más importante del año.

Llegó el día del partido. La atmósfera en ambos barrios era eléctrica. La gente preparaba carne asada en las calles y ponía pantallas gigantes para ver el partido. Desde la casa de Mateo, se podían escuchar los cantos de los aficionados de Pumas. Y desde la casa de Sofía, se oían los gritos de "¡Vamos, Máquina!" de los seguidores de Cruz Azul.

El partido empezó y la tensión era increíble. Pumas metió el primer gol y todo Coyoacán celebró con fuegos artificiales. Mateo se sentía frustrado. Pero diez minutos después, Cruz Azul empató el partido. Ahora era el turno de Tlalpan para gritar de alegría. El resto del partido fue muy intenso, con oportunidades para ambos equipos, pero nadie podía marcar.

Faltaban solo cinco minutos para el final y el resultado seguía siendo 1 a 1. De repente, las luces de toda la zona se apagaron. Un apagón. ¡Nadie podía ver el final del partido! En ambas calles, la gente gritaba de frustración.

Después de un minuto de confusión, Mateo tuvo una idea. Recordó que su tío tenía una pequeña radio de baterías. Corrió a buscarla y la encendió. La voz del comentarista llenó el silencio. Al ver lo que hacía Mateo, Sofía y su familia se acercaron con cuidado a la calle que dividía los barrios. Otros vecinos de ambos lados hicieron lo mismo.

Poco a poco, rivales de Pumas y Cruz Azul se juntaron en medio de la avenida, alrededor de la pequeña radio. Escuchaban en silencio, compartiendo el mismo nerviosismo. Ya no importaba si eras de Coyoacán o de Tlalpan; todos eran simplemente aficionados sufriendo juntos.

El árbitro pitó el final. El partido terminó en empate. No hubo un ganador claro en el campo, pero en esa calle oscura de la Ciudad de México, algo había cambiado. Mateo y Sofía se miraron y sonrieron. Por primera vez, entendieron que su amor por el fútbol era más grande que su rivalidad. Esa noche, compartieron refrescos y hablaron del partido, no como rivales, sino como amigos.